Tras la Tormenta:



Tal como dicen algunos, tras la tormenta, llega la calma pero, quizá no tendría tanta suerte. El haber permanecido encerrada en una celda sin poder salir al exterior, habiéndome terminado más de cincuenta libros diferentes y con una carga sobre mi espalda después de la vida que había llevado, me encontraba fuera, ya había terminado mi condena, exactamente treinta años de mi existencia, había perdido media vida en este antro. Miré hacia un lado y hacia el otro, nadie me esperaba, nadie estaba impaciente por verme, por recogerme y ayudarme a pasar por las diferentes sensaciones extrañas que pueden acosarte en cuanto sales de la cárcel y se supone que debes tener las puertas abiertas a reinsertarte aunque hayas cumplido los cincuenta años.

Estuve caminando durante un par de horas hasta que pude encontrar un taxi que me llevara a la ciudad, lugar al que no echaba demasiado de menos, dado que, había sido el lugar donde había caído en la delincuencia pero necesitaba dormir en algún lugar, un techo nunca va mal hasta que te recuperas un poco de la caída que suele provocarte unos años en la cárcel. Tras una hora larga de viaje debido al silencio ensordecedor que emanaba del conductor, supongo que imaginaba de dónde venía y no quería mancharse con mis palabras, la gente siempre es algo más cruel de lo que imaginas y es mucho peor cuando no la conoces. 

Volví a aquel edificio algo viejo pero todavía intacto, había bastantes personas del barrio que me miraban fijamente, no deseaba que me reconocieran porque no quería recaer en los viejos hábitos que los terapeutas de la cárcel me habían prohibido tajantemente para una rápida recuperación, aunque al principio no estuviera de acuerdo, más tarde, lo agradecí porque ya no volví a sentir esa necesidad. Estaba ante aquella puerta llena de arañazos que ni siquiera podía explicar, bajé la mirada temblorosa, saqué la llave del bolsillo y la introducí en la cerradura. No se abría. Lo intenté varias veces más pero, no tuve éxito. Estaba a punto de irme pero, decidí llamar al timbre, esperaba algo diferente de lo que ocurrió pero no fue así. Abrió la puerta un hombre de color bastante fornido, al fondo, pude ver a tres niños pequeños y oí la voz de una mujer... 

- ¿Necesita algo? - me preguntó, al darse cuenta de que no salía ni una palabra de mi boca debido al miedo que había sentido al tener una pequeña conversación con un desconocido, algo que siempre me había resultado difícil y se complicó un poco más estando en el lugar del que había salido -.

- Estaba buscando a Lizet... - tragué saliva con nerviosismo, tratando de interpretar a un personaje distinto al mío - Vivía aquí hace... algún tiempo.

- Oh, la antigua inquilina... - recordó - El casero puso este piso en alquiler al no recibir ningún pago, vino aquí y descubrió que ya no vivía nadie, así que, bueno, lo vi en el periódico y...

- Sí, ya, lo entiendo - le interrumpí, tratando de no romper a llorar en ese momento - Gracias por su ayuda.

Salí de allí disparada con lágrimas en los ojos, tras treinta años, ¿qué esperaba? Mi vida había dado un vuelco enorme sin siquiera darme cuenta, había estado viviendo otro mundo durante meses, años, y había empezado a formar parte de mí. Eran celdas contiguas, todas permanecíamos muy juntas, nos mirábamos de refilón para que nadie supiera de nuestras debilidades, era una competición en la cual todas podíamos ganar pero también perder. A pesar de ello, lo había considerado mi hogar, había estado presente cada día de mi vida, aunque fuese una tormenta incapaz de controlar en un principio.

Las terapeutas siempre decían que debíamos encontrar la parte positiva en cualquiera de las situaciones en las que nos encontráramos, así que, intenté calmarme y me dirigí a la casa de mis padres, un poco lejos de allí pero me daría el tiempo suficiente para pensar en qué decirles tras años de incomunicación, ni siquiera les dediqué una llamada, estaba segura de que no perdonarían lo que hice. Tras media hora de reflexión, los pasos se hacían más pesados, al igual que los pensamientos, sangraban dentro de mí dejándome cicatrices incurables, no quería recordar... Por fin, aquel moderno edificio de tres pisos donde mis padres habían vivido siempre con mi hermana pequeña, relucía ante mí con esplendor. Mi corazón empezó a palpitar más deprisa, no tenía ni idea de qué me depararía aquella visita sorpresa, ni siquiera cómo se lo tomarían. No parecía haber nadie, así que, traté de encontrar a alguien de aquella finca que me informara de ello. Una mujer mayor, con cabello canoso y ojos castaños, decidió pararse a pesar de mi aspecto de vagabunda salida de un antro y responder a mis preguntas:

- ¿Sabe dónde pueden estar? - le pregunté ansiosa, empezaba a preocuparme -.

- Vaya... ¿No lo sabes? - negué con la cabeza con los ojos abiertos de par en par al ver su expresión, no sabía por qué pero sentía que iba a darme malas noticias y así lo hizo - La madre de esa chica problemática murió hace tan solo tres años más tarde que su marido, supongo que de vejez pero, él sufrió mucho con su enfermedad. La joven que vivía con ellos hace tiempo que se mudó, esta casa simplemente, se quedó vacía, supongo que la chica no supo muy bien qué hacer con ella, sus padres adoraban vivir entre estas paredes hasta el día de su muerte. Pobres...

- ¿Y sabe dónde se mudó Danna? - le pregunté, apesadumbrada, no sabía qué más podría pasarme, la situación me estaba sobrepasando -.

- Eres Lizet, ¿verdad? - abrió los ojos de golpe, como recordando mi dura adolescencia al lado de mis padres -.

- ¿Sabe qué? Es igual, déjelo... - me di la vuelta para irme, después de lo que hice tenía vergüenza de que alguien me reconociera pero, la mujer consiguió cogerme del brazo y acercarme a ella -.

- Se mudó a Atlanta, pero no tengo su dirección - sonrió y me acarició la mejilla - Durante un tiempo, también fui como tú, no te avergüences de ello.

Oficialmente, mi vida era un desastre, no tenía a donde ir. Durante días estuve dando tumbos por la calle sin mirar atrás, ya tenía suficiente con mis recuerdos, viendo los ojos de aquel hombre al que se le fue la vida tras cortarle la garganta, la verdad es que estaba puesta hasta arriba de anfetas y no controlaba mis emociones, ni siquiera sabía qué significado tenía el "ser paciente". Pude ver cómo se apagaba su mirada, cómo sus labios se volvían morados a causa del poco oxígeno que quedaba en su cuerpo, no pude más que sonreír.

Llegué a la playa, quería despedirme, como no puede hacerlo la primera vez que me metieron en ese lugar tan atroz lleno de violencia y falta de sentido común, aunque yo tampoco fuese el mejor ejemplo a seguir. El mar llegaba a eclipsar mis pensamientos, a apartarlos de mí, a sentir una pausa inexistente en mi vida desde que había nacido, siempre había sido una persona demasiado impaciente, nunca se me terminaba la gasolina. Me giré y vi un coche de policía aparcado a no demasiados metros de mí, me levanté poco a poco y me dirigí hacia él con un palo en la mano, el cual, usé para reventar los cristales del coche, tan solo quería acercar a los policías que habían parado a almorzar para empezar a encontrarme de nuevo.

En cuanto uno de los policías levantó su arma para que me estuviera quieta, vi mi oportunidad de quitársela. Este levantó las manos y el otro ni siquiera se atrevió a moverse para no alterarme más, ¿cómo podía volver a mi origen? ¿Si mataba a ambos me caería cadena perpetua o la silla eléctrica? Decidí averiguarlo pegándoles un tiro a ambos en el centro de la cabeza sin vacilar, ya lo hice en su día, ¿por qué no ahora? Esperé a que algunos testigos del incidente llamaran a la policía y me senté en el coche en el asiento del conductor a esperarles, no tardarían demasiado... Sonreí al oír las sirenas, salí con las manos en alto y la pistola en una de ellas, algo que me hizo volver al lugar al que pertenecía. Otra vez permanecía mirando los ojos de la terapeuta esperando una buena justificación, dado que, ella misma me había dado la libertad para salir, no entendía cuál era el problema, obvio, nunca había sido una exconvicta que no tenía una vida a la que volver más que la única que conocía.

- Lizet, eras libre, tan solo han pasado tres días y ya estás aquí otra vez. ¿Qué ha pasado?

- No pertenezco al mundo exterior, aquello es terreno hostil para mí, este es mi sitio - le respondí con seguridad -.

- ¿Y tenías que matar a dos policías para ello? ¡Podrías haberme llamado! - exclamó, algo enfadada y algo confusa por mis actuaciones, que nada tenían que ver con mis evaluaciones anteriores -.

- No habría sido tan divertido - respondí, con una sonrisa -.

Tras una tormenta, nunca sabes lo que puede pasar. Quizá mueras, quizá vivas para contarlo pero, nadie te asegura una salida, un camino por el que seguir adelante, empiezas de cero como uno más, torturándote cada día que pasa, sin saber cómo limpiar tu memoria, tus recuerdos, los montones de sentimientos encontrados que fluyen dentro de ti. Prefería sonreír ante la muerte que no permanecer sola en otra tormenta contra la que no podría luchar...

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